El día 19 de noviembre, nuestro Centro de Mayores Francisco de Goya, nos ha ofrecido un espectáculo y actuación musical de los pocos que ya hoy en nuestros días se pueden presentar pensando en las personas que vivimos en la tercera edad o, como dijo el simpático presentador, ya en la cuarta o hasta en la quinta edad, entre las que ellos mismos que iban a actuar se incluían. No quiero hacer crítica de la calidad artística y musical del grupo Zarabanda Show. Este grupo seguro que no ha grabado discos ni llenado teatros, ni figura en carteleras del mundo del espectáculo; es un grupo humilde que seguro no pasará de actuar en escenarios también sencillos y ante públicos de gente del pueblo que no ha pisado mucho las salas o teatros de la ópera. Me ha impresionado por su entusiasmo, el alma y la simpatía que ponen cuando actúan. Salvando las diferencias que marca el paso del tiempo, como el cambio de vestimenta, costumbres, mentalidad de la gente y los medios tecnológicos que emplean, Zarabanda Show por su espíritu, y actitud en escena me ha recordado aquellos grupos de varietés o de cabarets populares que se ganaban la vida yendo de pueblo en pueblo entreteniendo a las humildes gentes de la que yo llamo España en blanco y negro. En la Edad Media ya lo hicieron juglares y trovadores con sus voces, laúdes, reveles, salterios y panderos; después, con el paso del tiempo, llegaron los ciegos que cantaban romances; La Barraca de García Lorca llevando al pueblo la cultura de nuestro teatro clásico, etc…
Cuando en el medio rural todavía no habían llegado los programas musicales y artísticos de la televisión, era un acontecimiento la llegada de grupos familiares de cómicos ambulantes, a los que en general también llamábamos comediantes y que actuaban en las plazas y lugares públicos.
Los anunciaba por la mañana el pregonero con permiso del alcalde y reticencias del cura y al caer la noche, cuando los hombres ya habían vuelto del campo, después de la cena, mayores y niños cogían aquellas sillas de anea y se dirigían a la plaza de pavimento de tierra dispuestos a disfrutar del gran acontecimiento: los niños sentados en el suelo en las primeras filas, los que vivían en las casas aledañas desde los balcones y ventanas y la gran mayoría sentados en sus sillas. Un sencillo tablado, unas sábanas de fondo y de telón y… comienza el espectáculo. Presentador con llamativo disfraz, alegre y dicharachero … músico que toca una triste melodía con su vetusto ,ajado , ronco y algo desafinado saxofón acompañado en la percusión de tambor, bombo y platillos ; la morena y agitanada moza cantando una copla; el viejo payaso con cara pintada, nariz de roja esfera, sombrero deforme, y mono arlequinado ; los fantásticos “polvos pinos de la madre Celestina y del padre Cucharón” del mago, con misteriosas apariciones y desapariciones ; el malabarista de saltos mortales sobre un colchón ; la cabra subiendo las escaleras al son del trompetista domador … y el plato fuerte : la representación de la tragicomedia ( Genoveva de Bravante, La Santa mártir Doncella… u otras ) que hacía llorar a las mozas del pueblo y cuyo argumento las viejas y los críos no terminaban de entender pero seguían con caras de asombro. Mientras una simpática niña con rubias trenzas, de sonrojadas mejillas pasaba entre la gente una y otra vez, extendiendo la mano con una graciosa pamela, a modo de bandeja petitoria recogiendo las perrachicas, perragordas, reales y algunas pesetas en papel que serían el pan de mañana para aquella pobre gente y si había milagro, podía car un duro. Yo sé que, al siguiente día por la mañana, cuando la Compañía preparaba sus carromatos para marchar a otro pueblo, personas caritativas iban a la plaza y les ofrecían unas judías, una hogaza de pan, alguna morcilla o longaniza, algunas patatas… que en aquellos años del hambre tampoco sobraban en las casas.
Oyendo cantar e interpretar a Zarabanda
Show el pasodoble Sombrero, Ay mi sombrero, me vino a la mente la
anécdota que un día me contó un amigo del pueblo, viejo músico saxofonista. Por
aquellos años 50, llegó destinado a mi pueblo, un capataz de Obras
Públicas con conocimientos y
experiencia en la música que tocaba muy bien el clarinete. Con mucho entusiasmo
se propuso formar una pequeña orquesta contando con la gente joven; él mismo se
encargaría de dar las clases y de la dirección. En menos de un año, ya
ensayaban 5 músicos: trompeta, clarinete, dos saxos y percusión. Empezaron
tocando los domingos en el baile y se les presentó la oportunidad de ir a tocar
a las fiestas de un pequeño pueblecico de la sierra. Para empezar, tuvieron que
llegar a Cosa, que ese era el lugar, a lomos de caballerías. Una mula, que
cargaba con el bombo y el músico, se espantó por culpa de un perro, echó a
correr y casi descalabró a músico e instrumento. A día siguiente, día grande de
la fiesta, el cura les preguntó si tenían en su repertorio alguna obra de música
sacra para interpretar durante la procesión con el Santo. Por miedo a no
cobrar, dijeron que algo podían tocar. Hablaron entre ellos y consideraron que
la obra menos profana o comprometida para aquel momento podría ser el pasodoble
Sombrero, ay mi sombrero. Y sí, bien airoso empezó a sonar el pasodoble.
Los mozos que portaban en andas a San Bartolomé llevaban la carga de la peana
con garbo y marchoso ritmo; el cura sorprendido viendo el peligro, mandó parar
la música y hubo de todo. Cobrar, no cobraron mucho aquellos atrevidos músicos
forasteros, pero comieron y bebieron muy bien, durmieron en blandos colchones
de lana y fueron tratados a cuerpo de rey.
No quiero comparar al grupo Zarabanda
Show que hoy tanto nos ha entretenido en El Goya con estas Compañías
o músicos ambulantes de aquellos nuestros años vividos en el mundo rural,
porque como ya he mencionado hay grandes diferencias; pero sí tengo que decir
que nos han hecho sentir la nostalgia de aquellos momentos. Hemos sentido
emoción porque han sabido transmitirnos
sus sentimientos y su entusiasmo. Al final de la actuación comentábamos que
directores de cine como, por ejemplo, fueron Luis Buñuel o Berlanga podrían
haber hecho una excelente película evocadora de la España musical y
costumbrista de aquellos tiempos con la actuación del grupo Zarabanda
Show como protagonistas metidos en el ambiente de la época. El mundo de
la farándula española, tan especial como a veces surrealista da mucho de sí.
Con sus juegos de magia, coplas,
pasodobles, interpretaciones musicales de otros tiempos …nos han evocado
vivencias y como dijo García Márquez “recordar es volver a vivir”.
También pinceladas musicales de más modernidad. Qué grande la interpretación de
la música de Nino Bravo; excelente el recuerdo Elvis Presley con la magnífica
voz de José Antonio Pinilla cantando Can t help falling in love. Y como
broche final la caracterización de Charles Chaplin del polifacético veterano
del grupo con la interpretación al saxofón de la célebre música de Candilejas.
